martes, 4 de junio de 2013

MARÍA Y LA CRUZ


De la Virgen María hay mucho de qué hablar, y siempre ella es quien nos va a remitir hasta su Hijo Jesús. Esta vez sólo vamos a centrarnos en lo acontecido ante la Cruz de Cristo. Para lo cual veamos lo narrado por san Lucas al momento de la Anunciación:

“…vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin…” (María respondió al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios…)[1]

En este texto el ángel Gabriel le ha dicho a la virgen María lo referente a como se llevaría a cabo la realización del misterio de la Encarnación, pero no le dijo nada con respecto a cómo el Mesías iba a salvar a todos los hombres.[2]

Más adelante también veremos que ocurre un hecho de gran importancia en la vida de la virgen María, hablamos de su encuentro con Simeón al momento de presentar al niño Jesús en el templo.

 “Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»”[3]

Vemos como Simeón se dirige a María y le hace una revelación, “disipando un poco la niebla que envolvía el futuro concerniente a Jesús y a Ella misma.”[4]  Fue una profecía, es muy probable que María no entendiera aquellas palabras sino hasta el cumplimiento de las mismas. Es en este encuentro en el que se le anuncia no solo la Redención de Cristo, sino su participación en el destino de su Hijo, su asociación con el dolor del que pagó por los pecados de todos.

El presentimiento de María

Jesús después de la última cena se dirigió a orar con sus discípulos al huerto de los Olivos; santa María conocía por referencia del mismo Jesús o de los apóstoles, que su Hijo iba a dar su carne y sangre como manjar y bebida.[5]

La virgen María como toda madre, es muy probable que esa noche en que apresaron a su Hijo sintiera una “corazonada”, una inquietud, un “algo” con respecto a su Hijo. Tal vez ella se sintiera inquieta, deseosa  de poder estar al lado de Jesús. Hasta que por fin tuvo la noticia de que Jesús había sido apresado. Noticia que tal vez se la diera Juan al volver a casa después de los interrogatorios; o Pedro, quien arrepentido por la negación al Maestro fue en busca del perdón de su Madre.

“Ella a pesar de su inmenso dolor por esta noticia, trato de darles paz y de recordarles lo que su Hijo les había predicado con respecto a su pasión. Así como muchos de los apóstoles buscaron refugio en María, así también nosotros hallaremos refugio en ella – Refugium peccatorum – (Refugio de los pecadores), si a pesar de nuestros buenos deseos nos ha faltado la  valentía al igual que a Pedro de dar la cara por el Señor cuando Él contaba con nosotros. En Ella encontramos las fuerzas necesarias para permanecer junto al Señor en los momentos difíciles”.[6]

Dios pudo perfectamente dispensar a la Virgen María de la aguda punzada que ya empezaba a sentir al enterarse del prendimiento de su Hijo, y hacerla vivir feliz y sin otras preocupaciones que las que pesan sobre una madre de familia de clase humilde. Pero no lo hizo, este presentimiento de la cruz la acompaño desde aquel momento de la Presentación de Jesús en el templo. Ahora bien no puede decirse que este presentimiento de la Cruz  amargara la vida de Nuestra Señora.[7]

María ejemplo de amor

Es casi imposible el intentar pensar en una madre amargada, la amargura está muy unida al descontento, de alguien que no está contento con lo que le toco vivir o tener. Y de esto somos testigos todos nosotros, solo basta ver a las personas de nuestra sociedad actual.

Vivimos en una sociedad apurada, sin ver a quien está a nuestro lado, muchas veces nos quejamos de todo los que nos pasa. Es frecuente escuchar decir: “Porque a mí Señor si yo soy bueno, si yo voy a misa, si yo no me porto mal, si no le hago daño a nadie, etc.”  Todo esto que decimos o escuchamos puede ser verdad, pero debemos de ver ahora estas cosas que nos pasan (enfermedad, mala situación económica, etc.) de manera sobrenatural, así como la virgen María vio y vivió la muerte de su Hijo en la Cruz.

Durante la crucifixión de Jesús, muy de cerca y a los pies de la Cruz vemos a María junto con otras santas mujeres; también está allí Juan, el más joven de los apóstoles. Es en este momento que Jesús ve a su madre y a su discípulo amado y nos da a María como Madre de todos nosotros.[8] 



La Santísima Virgen María avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual se mantuvo de pie sufriendo juntamente con su Unigénito y asociándose  con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente tal sacrificio de la Victima que Ella misma había engendrado.[9]

María, “bien pudo haberse refugiado con las otras mujeres, en la intimidad de la casa, lejos del Calvario; total al fin y al cabo, ya nada podía hacer ella, y su presencia no evitaba ni mucho menos aliviaba los dolores de su Hijo, ni su humillación.”[10] Pero no lo hizo, no fue cobarde como muchos de nosotros que ante el primer obstáculo huimos despavoridos, que ante el primer pinchazo de una espina nos sentimos derrotados. Ella si ama a su Hijo y por este amor que le tiene es que sufre con Él, ya que el amor une y no puede tolerar separación alguna.

La Virgen nos da un ejemplo de amor, y nos enseña que no debemos huir cuando estemos ante la Cruz, muchas personas se portan a veces como enemigos de la Cruz de Cristo. Recordemos las palabras del Señor cuando en el evangelio de san Marcos nos invita a seguirlo:

“Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.[11]

 La Cruz camino de santidad

Hermanos el camino a la santidad a la que todos nosotros estamos llamados pasa por la Cruz, y cobra sentido algo tan falto de él como es la enfermedad, el dolor, la pobreza, el fracaso, la mortificación voluntaria. Santa María tuvo también que pasar por el dolor de la Cruz como bien lo sabemos.

Una piadosa historia cuenta que, “un día un Señor caminaba por el campo, y de repente se le aparece un ángel. El Ángel le dice al Señor: “Jesús te espera al final del camino, pero tienes que llevar a un árbol sobre tus hombres” El Señor lleva el árbol, pero le resulta muy pasado, entonces decido cortar unas cuantas ramas para aligerar un poco el peso… después de un rato de camino corta otras ramas, cuando el árbol ya no era árbol y era sólo un tronco decide comenzar a pelarlo… hasta que se queda con un palo. Llega al final del camino y ve a Jesús parado delante de una puerta… pero lo curioso es que esta puerta estaba a tres metros de altura.

Jesús mira al señor  y le dice: “Sube”; este señor responde: “¿De qué manera? Está muy alto”. A lo que Jesús le replica: “Para eso era el árbol, ahora as una escalera y sube”. El señor se dio cuenta que con su palo no podía hacer una escalera y se fue triste.”

Hermanos vemos como este señor despreció ese sufrimiento, ese cansancio y decidió aligerar la carga, relajarse un poco y al hacer esto no pudo llegar a Jesús. La Cruz es el árbol más noble de todos, ningún otro se puede comparar en hojas, en flor, en fruto. El fruto de esta Cruz es nuestra salvación. El amor a la Cruz produce abundantes frutos en el alma.

Nuestro sufrimiento, asociado a la de Jesucristo, deja de ser el mal que entristece y arruina, y se convierte en medio de unión con Dios. El único dolor verdadero es alejarnos de Cristo; los demás padecimientos son pasajeros y se tornan gozo y paz. Cuando dejemos de tener miedo a la Cruz, a eso que nosotros llamamos “cruz”, cuando pongamos nuestra voluntad en aceptar la Voluntad divina, seremos felices, y se pasaran todas nuestras preocupaciones.

Muchos de nosotros huimos de la Cruz de cristo, renegamos, nos quejamos y así nos alejamos de la verdadera alegría. Debemos de saber llevar la Cruz de Cristo todos los días, no es fácil el poder hacerlo, pero, así como nuestra Madre que supo estar a los pies de la Cruz con esa espada traspasando su corazón tal como le anunció Simeón, y ella no se quejó, de esa misma manera nosotros no debemos renegar por la Cruz que nos toca vivir.

Acudamos en todo instante a nuestra Madre la siempre Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, que Ella nunca nos abandonará así como nunca abandonó a su Hijo Jesús. Ella siempre nos llevará por buen camino solo debemos ponernos en sus manos y juntos ir hacia nuestro Señor Jesucristo.



                                              LUIS ALBERTO CHUMACERO ORRILLO



Charla dada en el AA.HH. Villa María del Perpetuo Socorro en la  Parroquia del mismo nombre – Cercado de Lima. El día 25 de Mayo del 2013.

                                                                     







[1] Lc. 1, 31 ss.
[2] Cf. FEDERICO SUAREZ, “La Virgen Nuestra Señora”, p. 241
[3] Lc. 2, 34 – 35
[4] FEDERICO SUAREZ, Op. Cit. p. 239
[5] Cf. FRANZ M. WILLAM, “Vida de María”, p. 383
[6] FRANCISCO FERNANDEZ CARVAJAL, “Hablar con Dios” II, p. 127
[7] Cf. FEDERICO SUAREZ, Op. Cit. pp. 242 -243
[8] Cf. Jn. 19, 26-27
[9] Cf. FRANCISCO FERNANDEZ CARVAJAL, Op. Cit.  p. 146
[10] FEDERICO SUAREZ, Op. Cit. P. 330
[11] Mc. 8, 34-35

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