Mc. 8, 34-35
Condiciones para seguir a Jesús
“Llamando a la gente a
la vez que a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
La Cruz no es un patíbulo de ignominia, sino un
trono de gloria.
Desde niños aprendemos a hacer el signo de la cruz
en la frente, en los labios y en el corazón, en señal externa de nuestra
profesión de fe.
En la Liturgia, la Iglesia utiliza el signo de la
Cruz en los altares, en el culto, en los lugares sagrados. La Cruz “es el escudo y el trofeo contra el demonio.
Es el sello para que no nos alcance el ángel exterminador” (Cf. Ex 9,12)
El Señor ha puesto la salvación del género humano en
el árbol de la Cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera
la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido.
San Gregorio nos dice: “Un árbol se opuso a otro árbol, y unas manos se opusieron a otras
manos. Adán pecó junto al árbol prohibido, Jesús nos redimió en el árbol de la
Cruz. Aquellas manos de Jesús se extendieron con fortaleza contra aquellas
manos que por debilidad y soberbia se extendieron para coger el fruto
prohibido. Las manos de Dios, clavadas contra aquellas manos que buscaron el
pecado”.
Hermanos el camino a la santidad a la que todos
nosotros estamos llamados pasa por la Cruz, y cobra sentido algo tan falto de
él como es la enfermedad, el dolor, la pobreza, el fracaso, la mortificación
voluntaria (Cf. Hablar con Dios tomo 7. Exaltación de la Cruz).
Cuenta una piadosa historia que: “Un día un Señor caminaba por el campo, y de repente se le aparece un
ángel. El Ángel le dice al Señor: “Jesús te espera al final del camino, pero
tienes que llevar a un árbol sobre tus hombres” El Señor lleva el árbol, pero
le resulta muy pasado, entonces decido cortar unas cuantas ramas para aligerar
un poco el peso… después de un rato de camino corta otras ramas, cuando el
árbol ya no era árbol y era sólo un tronco decide comenzar a pelarlo… hasta que
se queda con un palo. Llega al final del camino y ve a Jesús parado delante de
una puerta… pero lo curioso es que esta puerta estaba a tres metros de altura.
Jesús mira al
señor y le dice: “Sube”; este señor
responde: “¿De qué manera? Está muy alto”. A lo que Jesús le replica: “Para eso
era el árbol, ahora as una escalera y sube”. El señor se dio cuenta que con su
palo no podía hacer una escalera y se fue triste”.
Hermanos vemos como este señor despreció ese
sufrimiento, ese cansancio y decidió aligerar la carga, relajarse un poco y al
hacer esto no pudo llegar a Jesús.
La Cruz es el árbol más noble de todos, ningún otro
se puede comparar en hojas, en flor, en fruto.
El fruto de esta Cruz es nuestra salvación. El amor
a la Cruz produce abundantes frutos en el alma.
Nuestro dolor, asociado a la de Jesucristo, deja de
ser el mal que entristece y arruina, y se convierte en medio de unión con Dios.
El único dolor verdadero es alejarnos de Cristo; los demás padecimientos son
pasajeros y se tornan gozo y paz… cuando dejemos de tener miedo a la Cruz, a
eso que la gente llama cruz, cuando pongamos nuestra voluntad en aceptar la
Voluntad divina, seremos felices, y se pasaran todas nuestras preocupaciones.
Muchos de nosotros huimos de la Cruz de cristo,
renegamos, nos quejamos y así nos alejamos de la verdadera alegría. Debemos de
saber llevar la Cruz de Cristo todos los días…
“Un monje se quejaba
todos los días porque la cruz que le habían dado era muy pesada, un día se le
aparece su ángel de la guarda y le dice que puede escoger la cruz que él desee.
Para esto lo llevó a un
cuarto, el cual estaba lleno de cruces, de todos los tamaños; el monje escoge
una, y cuando sale del cuarto se da cuenta que había escogido la misma cruz que
había llevado siempre”.
Queridos hermanos, Jesús no da una cruz que no
podemos llevar. Cada uno de nosotros tiene una cruz a su medida, llámese
enfermedad, pobreza, etc.
Llevemos nuestra Cruz sin rebeldía, sin quejas, con
amor.
Repitamos constantemente esta oración:
“Hágase, cúmplase, sea
alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios,
sobre todas las cosas. Amén”
Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús.
Ahí no cuentan las penas; sólo la alegría de saberse corredentores con Él.
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