Hay gentes que no se
preocupan en pensar con qué pureza y con qué dolor de sus pecados se han de
acercar a la Sagrada Mesa, sino qué vestidos se han de poner. Otros vienen,
pero no se dignan permanecer hasta el fin, sino que preguntan a los demás en qué punto va la Misa y si llega ya
el tiempo de la Comunión; y entonces rápidamente, como los perros, saltan,
arrebatan el místico pan y se marchan. Otros, presentes en el templo de Dios,
no están quietos ni un momento, y se dedican a conversar prestando más atención
a las habladurías que a la oración. Otros no se preocupan absolutamente nada de
su conciencia, ni de limpiar las manchas de sus pecados por medio de la
penitencia, y van acumulando pecados sobre pecados(...).
Pues dime: ¿con qué conciencia, con qué estado de alma, con qué pensamientos te acercas a estos misterios, si en tu corazón te está acusando tu misma conciencia? Contéstame: si tuvieras las manos manchadas de estiércol, ¿te atreverías a tocar con ellas las vestiduras del rey? Ni siquiera tus mismos vestidos tocarías con las manos sucias, antes bien, te las lavarías y enjugarías cuidadosamente, y entonces los tocarías. Pues, ¿por qué no das a Dios ese mismo honor que concedes a unos viles vestidos?
Entrar en la iglesia y honrar las imágenes sagradas y las veneradas cruces, no basta por sí solo para agradar a Dios, como tampoco lavarse las manos es suficiente para estar completamente limpio. Lo que verdaderamente es grato a Dios es que el hombre huya del pecado y limpie sus manchas por la confesión y la penitencia. Que rompa las cadenas de sus culpas con la humildad del corazón, y así se acerque a los inmaculados misterios.
Pues dime: ¿con qué conciencia, con qué estado de alma, con qué pensamientos te acercas a estos misterios, si en tu corazón te está acusando tu misma conciencia? Contéstame: si tuvieras las manos manchadas de estiércol, ¿te atreverías a tocar con ellas las vestiduras del rey? Ni siquiera tus mismos vestidos tocarías con las manos sucias, antes bien, te las lavarías y enjugarías cuidadosamente, y entonces los tocarías. Pues, ¿por qué no das a Dios ese mismo honor que concedes a unos viles vestidos?
Entrar en la iglesia y honrar las imágenes sagradas y las veneradas cruces, no basta por sí solo para agradar a Dios, como tampoco lavarse las manos es suficiente para estar completamente limpio. Lo que verdaderamente es grato a Dios es que el hombre huya del pecado y limpie sus manchas por la confesión y la penitencia. Que rompa las cadenas de sus culpas con la humildad del corazón, y así se acerque a los inmaculados misterios.
SAN ANASTASIO EL
SINAÍTA
SERMÓN SOBRE LA SANTA SÍNAXIS
SERMÓN SOBRE LA SANTA SÍNAXIS
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