Después
de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y
bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete
peticiones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia Él, para su
Gloria, pues lo propio del amor es pensar primero en Aquel que amamos. Estas
tres suplicas son básicamente lo que, en particular, debemos pedirle. Las cuatro últimas, como
caminos hacia Él, presentan al Padre de misericordia nuestras miserias y
nuestras esperanzas.[1]
1.
Santificado sea tu nombre
Santificar
el Nombre de Dios es, ante todo, una alabanza que reconoce a Dios como Santo.
En efecto, Dios ha revelado su santo Nombre a Moisés, y ha querido que su
pueblo le fuese consagrado como una nación santa en la que Él habita.
Santificar
el nombre de Dios, que “nos llama a la santidad” (1Tes. 4, 7), es desear que la
consagración bautismal vivifique toda nuestra vida. Asimismo, es pedir que, con
nuestra vida y nuestra oración, el Nombre de Dios sea conocido y bendecido por
todos los hombres.[2]
2.
Venga a nosotros tu reino
Con esta
petición reconocemos en primer lugar la primacía de Dios: donde Él no está,
nada puede ser bueno. Donde no se ve a Dios, el hombre decae y decae también el
mundo. En este sentido, el Señor nos dice:
“Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará
por añadidura”[3]
Con estas
palabras se establece un orden de prioridades para el obrar humano, para
nuestra actitud en la vida diaria.
En modo
alguno se nos promete un mundo utópico en el caso de que seamos devotos y de algún
modo deseosos del Reino de Dios. Jesús establece una prioridad determinante
para todo: “Reino de Dios” quiere decir “soberanía de Dios”, y eso significa
asumir su voluntad como criterio. Esa voluntad crea justicia, lo que implica
que reconocemos a Dios su derecho y en él encontramos el criterio para medir el
derecho entre los hombres. Buscar por tanto edificar este reino en cada cosa
que nosotros realicemos, pedir que no hacer nuestro capricho sino hacer lo que
Dios desea.
Es por
eso que decimos “venga tu reino” (¡no el nuestro!), el Señor nos quiere llevar
precisamente a este modo de orar y de establecer las prioridades de nuestro
obrar. Lo primero y esencial es un corazón dócil, para que sea Dios quien reine
y no nosotros. El Reino de Dios llega a través del corazón que escucha. Ese es
su camino. Y por eso nosotros hemos de rezar siempre.[4]
3 Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo
La
voluntad del Padre es que “todos se salven” (1Tim. 2, 4). Y justamente para
esto ha venido Jesús, para cumplir perfectamente la Voluntad salvífica del
Padre. Nosotros pedimos a Dios Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo,
para que no seamos egoístas y hagamos nuestros caprichos, para que dejemos de
lado nuestro orgullo y seamos más humildes; pidamos queridos hermanos hacer la
voluntad de Dios.
Pero,
¿cómo sabemos cuándo hacemos la voluntad de Dios?
“Como nuestro ser proviene de Dios, podemos ponernos en camino hacia la
voluntad de Dios a pesar de todas las inmundicias que nos lo impiden. Viviendo
de la palabra de Dios y, así, de la voluntad de Dios, entrando progresivamente
en sintonía con esta voluntad.”[5]
Podemos
“distinguir cuál es la voluntad de Dios” (Rom. 12, 2), mediante la dirección
espiritual, mediante los consejos de un sacerdote, sobre todo por la oración y
así también mediante esta oración podremos obtener constancia para cumplirla.
Ya que fácil es decir Señor deseo hacer tu voluntad, pero no pongo los medios
para llevarla a cabo.
4. Danos hoy nuestro pan de cada día
Al pedir
a Dios, con el confiado abandono de los hijos, el alimento cotidiano necesario
a cada cual para su subsistencia, reconocemos hasta qué punto Dios Padre es
bueno. Le pedimos también la gracia de saber obrar, de modo que la justicia y
la solidaridad permitan que la abundancia de los unos cubra las necesidades de
los otros. Es decir nos invita a no ser egoístas con nuestros bienes, a saber
compartir con el hermano que menos tiene. Sin embargo, “no sólo de pan vive el
hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4); esta petición
se refiere también al hambre de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo,
recibido en la Eucaristía; Eucaristía que anticipa el banquete del Reino
venidero, el reino celestial.[6]
“Hoy existen dos interpretaciones principales. Una sostiene que la
palabra significa “[el pan] necesario para la existencia”, con lo que la
petición diría: Danos hoy el pan que necesitamos para poder vivir. La otra
interpretación defiende que la traducción correcta sería “[el pan] futuro”, el
del día siguiente. Pero la petición de recibir hoy el pan para mañana no parece
tener mucho sentido, dado el modo de vivir de los discípulos. La referencia al
futuro sería más comprensible si se pidiera el pan realmente futuro: el
verdadero maná de Dios. Entonces sería una petición escatológica, la petición
de una anticipación del mundo que va a venir, es decir, que el Señor nos dé
“hoy” el pan futuro, el pan del mundo nuevo, El mismo. Entonces la petición
tendría un sentido escatológico. Algunas traducciones antiguas apuntan en esta
dirección, como la Vulgata de san Jerónimo, por ejemplo, que traduce la
misteriosa palabra con supersubstantialis, interpretándola en el sentido de la
“sustancia” nueva, superior, que el Señor nos da en el santísimo Sacramento
como verdadero pan de nuestra vida.
De hecho, los Padres de la Iglesia han interpretado casi unánimemente la
cuarta petición del Padrenuestro como la petición de la Eucaristía; en este
sentido, la oración del Señor aparece en la liturgia de la santa Misa como si
fuera en cierto modo la bendición de la mesa eucarística. El milagro del maná,
a la luz del gran sermón de Jesús sobre el pan, remitía a los cristianos casi
automáticamente más allá, al nuevo mundo en el que el Logos —la palabra eterna
de Dios— será nuestro pan, el alimento del banquete de bodas eterno.”[7]
5.
Perdona nuestras ofensas como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden
La quinta
petición del Padrenuestro presupone un mundo en el que existen ofensas: ofensas
entre los hombres, ofensas a Dios. Toda ofensa entre los hombres encierra de
algún modo una vulneración de la verdad y del amor y así se opone a Dios, que
es la Verdad y el Amor. La ofensa provoca represalia; se forma así una cadena
de agravios en la que el mal de la culpa crece de continuo y se hace cada vez
más difícil superar. Con esta petición el Señor nos dice: la ofensa sólo se
puede superar mediante el perdón, no a través de la venganza.
Dios es
un Dios que perdona porque ama a sus criaturas; pero el perdón sólo puede
penetrar, sólo puede ser efectivo, en quien a su vez perdona.
La
petición del perdón supone algo más que una exhortación moral, representa un
desafío nuevo cada día. Nos recuerda a Aquel que por el perdón ha pagado el
precio de descender a las miserias de la existencia humana y a la muerte en la
cruz, nos recuerda a Cristo que murió por salvarnos del pecado, por
reconciliarnos con Dios Padre. Por eso nos invita ante todo al agradecimiento,
y después también a enmendar con Él el mal mediante el amor, a consumirlo
sufriendo. Y al reconocer cada día que para ello no bastan nuestras fuerzas,
que frecuentemente volvemos a ser culpables, entonces esta petición nos brinda
el gran consuelo de que nuestra oración es asumida en la fuerza de su amor y,
con él, por él y en él, puede convertirse a pesar de todo en fuerza de salvación.[8]
6.
No nos dejes caer en la tentación
Pedimos a
Dios Padre que no nos deje solos y a merced de la tentación. Pedimos al
Espíritu saber discernir, por una parte, entre la prueba, que nos hace crecer
en el bien, y la tentación, que conduce al pecado y a la muerte.
“Satanás quiere demostrar su tesis con el justo Job: si le despoja de
todo, acabará renunciando muy pronto también a su religiosidad. Así, Dios le da
a Satanás la libertad de someterlo a la prueba, aunque dentro de límites bien
definidos: Dios deja que el hombre sea probado, pero no que caiga.”[9]
“En esta sexta
petición del Padrenuestro decimos a Dios: “Sé que necesito pruebas para que mi
ser se purifique. Si dispones esas pruebas sobre mí, si —como en el caso de
Job— das una cierta libertad al Maligno, entonces piensa, por favor, en lo
limitado de mis fuerzas. No me creas demasiado capaz. Establece unos límites
que no sean excesivos, dentro de los cuales puedo ser tentado, y mantente cerca
con tu mano protectora cuando la prueba sea desmedidamente ardua para mí”. Le
pedimos que por favor no le deje al mal actuar sobre nosotros, ya que sólo Él
puede permitírselo. ”[10]
7.
Y líbranos del mal
El mal
designa la persona de Satanás, que se opone a Dios y que es “el seductor del
mundo entero” (Ap. 12, 9). La victoria sobre el diablo ya fue alcanzada por
Cristo; pero nosotros oramos a fin de que la familia humana sea liberada de
Satanás y de sus obras. Pedimos también el don de la paz y la gracia de la
espera perseverante en el retorno de Cristo, que nos librará definitivamente
del maligno. Pidamos que seamos liberados de los pecados, que reconozcamos
“el Mal” como la verdadera adversidad y que nunca se nos impida mirar al Dios
vivo.
Amén
“Después,
terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que
significa: “Así sea”, lo que contiene la oración que Dios nos enseñó”.[11]
Con este Amén estamos diciendo a Dios Padre que aceptamos y creemos todo lo
dicho anteriormente y que de corazón esperamos que se cumpla.
LUIS
ALBERTO CHUMACERO ORRILLO