miércoles, 24 de septiembre de 2014

LA PERSONA HUMANA


1. La persona humana desde la metafísica

El término latino persona, proviene del verbo personare, que significa “resonar, hacer eco, sonar con fuerza”. La raíz de este significado hay que buscarla en el término griego prosopon (aquello que se pone delante de los ojos), que era la máscara utilizada por los actores en el teatro para hacer más sonora la voz del actor ya que con ella la voz del actor sobresalía. La máscara del teatro servía también para identificar a los personajes en la acción teatral.

El concepto metafísico de persona, que comenzó a utilizarse en las disputas teológicas trinitarias y cristológicas necesitó un largo proceso de depuración hasta distinguir nítidamente entre naturaleza y persona. Este esfuerzo fue llevado a cabo en gran parte por los Padres griegos, que tras diversas oscilaciones entre los conceptos de ousía, hipóstasis y prosopon, llegaron a identificar hipóstasis y persona como distintos de la ousía y de la substancia individual[1].

Boecio definirá más adelante a la persona como “sustancia individual de naturaleza racional”, Boecio ve en la persona un ser subsistente[2], y esto es en todo individuo. Toda persona es un ser individual, irrepetible, única. Esta definición será recogida más adelante por santo Tomás, “subsistente individual de naturaleza racional[3]. Por consiguiente, persona, cualquiera que  sea su naturaleza, significa lo que es distinto en aquella naturaleza.

Cuando se dice que la persona es una substancia, lo que se quiere decir es que es un “substrato” de los accidentes (peso, medida, color, etc.). La substancia existe en sí misma[4], mientras que los accidentes sensibles existen en el sujeto subsistente; al ser sustancia es incomunicable.[5] Esa substancia es individual[6], de esta manera se hace referencia a la sustancia con aquellas particularidades que la distinguen de otros individuos de la misma especie. La persona posee una naturaleza con lo que se significa a la esencia[7] en cuanto que es principio de operaciones; ahora bien esa naturaleza posee racionalidad gracias a la cual se abre cognoscitivamente al mundo que la rodea mediante ideas universales.
Las naturalezas racionales pueden exigir una clase determinada de respeto. Sin embargo, el sentido primero de la definición de Boecio es ontológico. La naturaleza racional existe como identidad. Eso significa que el individuo que existe así, no se puede describir adecuadamente con ninguna descripción posible. Con otras palabras: su denominación no puede ser sustituida por ninguna descripción. La persona es alguien, no algo, no un mero caso de una esencia indiferente frente a él.

Sin embargo, ha habido algunas interpretaciones erróneas, como la de los personalistas, que toman como punto de referencia no la noción de persona entendida como subsistencia, sino como relación subsistente (que es el modo de definir a las Personas divinas). Y al aplicar esta definición al hombre, queda puesto de relieve que el hombre se constituye como persona por relación con los demás hombres. Y en consecuencia, la sociabilidad del hombre queda muy realzada, quedando postergada su singularidad. Por eso, se llega a la tesis insostenible de que la sociedad es anterior a la persona y la funda. Por el contrario, aunque sólo existiese un hombre sería persona humana.

La denominación de “persona” apunta prioritariamente a la grandeza o majestad de determinados seres. Semejante nobleza hace referencia al ser; deben considerarse personas las realidades que poseen un grado de ser superior, en segundo término, la condición personal lleva aparejada una excelencia también en el obrar[8]. La índole personal exige una actitud de respeto y de auténtico amor; de promoción de ese gran bien que cualquier persona está llamada a alcanzar.

Por ello, no es verdad que uno tenga derecho a hacer consigo o con su cuerpo lo que le dé la gana; se debe tener respeto o incluso veneración al ser propio y ajeno, con todas sus dimensiones, incluidas las corpóreas puesto que el cuerpo humano es también personal. Respeto y reverencia también al obrar correspondiente a la condición de persona, en uno mismo y en los demás.

 En cierto sentido “humano” es precisamente lo que los hombres hacen. Por tanto, esas atrocidades, de las que ningún animal es capaz de hacer, son “humanas”. A las formas de maldad especialmente perversas las llamamos precisamente “inhumanas”. Lo “inhumano” es, evidentemente, algo que pertenece específicamente, al hombre. Entonces, el que no quiere respetar a los hombres como personas les niega el título de personas, o considera el concepto de persona como superfluo e inadecuado para caracterizar algo.

2.  Persona humana: Constitución de cuerpo y alma

La persona humana es constitución de cuerpo y alma, el hombre pertenece al género “cuerpo” y ocupa un espacio, tiene figura y color, visible y tangible. El mundo que nos rodea se compone de cosas que son cuerpos; y lo son porque chocan con lo que es más próximo al hombre (su cuerpo). Ser cuerpo significa poseer unas notas espacio-temporales que permitan el choque, el tacto y el contacto. El hombre pertenece al mundo visible, es cuerpo entre cuerpos, pero no es un cuerpo como los demás cuerpos. El cuerpo, mediante el cual el hombre participa del mundo creado visible, es un cuerpo humano, que lo hace consiente de ser distinto de los otros cuerpos.

Cuando vemos el cuerpo de un hombre, no vemos un cuerpo sino un hombre, porque el hombre no es sólo un cuerpo sino, tras el cuerpo, un alma, una persona. El cuerpo no es algo que yo poseo, el cuerpo que yo vivo en primera persona soy yo mismo.

La palabra “persona” no es una expresión específica con la que califiquemos algo como constituido de una manera determinada, y, de ese modo, lo identifiquemos. A la pregunta “¿Qué es esto?”, no respondemos: es una persona, como diríamos “es un hombre” o “es una lámpara”. Es preciso saber ya de ante mano si es un hombre o una lámpara para saber si es una persona. El concepto de persona no sirve para identificar algo como algo, sino que afirma algo sobre un ser determinado de una manera precisa.

El cuerpo humano va más allá de la simple corporeidad animal porque, en cuanto humano, lleva en sí mismo la vitalidad interior: el alma. La corporeidad nos presenta el cuerpo y el alma en una unidad indisoluble. Esta unidad no consiste en que veamos juntos el cuerpo y el alma, sino en que ambos forman una estructura peculiar que es el hombre.

Cuerpo es todo aquello compuesto de materia y forma, el cuerpo humano, por ser cuerpo, está compuesto de materia y forma; sin embargo, lo que hace específicamente humano a este cuerpo es la unión íntima con su forma humana, es decir con el alma.

La expresión “cuerpo humano”, por tanto, contiene ya la composición de materia y forma espiritual; no podemos hablar de “cuerpo humano” considerándolo sólo como cuerpo, porque, en cuanto cuerpo humano, se define siempre como informado por un alma.

Ni siquiera podemos hablar de cuerpo y alma en una especie de oposición, como si fuesen dos sustancias específicamente distintas; debemos hablar del único hombre que existe. Por tanto es incorrecto decir que el cuerpo humano es para el alma, porque la expresión “cuerpo humano” ya contiene el alma.[9]

Se puede afirmar que el hombre nace de la actividad generadora biológica de los padres. En tanto que producido por ellos, es un individuo de la especie humana, un ser que sólo difiere numéricamente de sus semejantes. Pero el hombre es algo más que individuo de una especie. Es una persona, esto quiere decir que es un ser inteligente, libre, uno y único, irrepetible, fin en sí mismo, para su propia realización y para una realización inmortal. Por eso, tiene en sí mismo un valor absoluto. El fundamento de esa realidad es el alma espiritual, el núcleo más profundo de su ser, aquél por el cual supera a toda realidad material. Cuando Dios crea el alma no está llenando un vacío que hubiera            dejado la reproducción proveniente de los padres, sino que está actuando y elevando el acto mismo de los padres. Los padres no causan el ser, pero preparan dispositivamente la acción creadora de Dios. La acción de los padres, en efecto, tiende a producir todo el efecto como causa segunda y en relación con la causa primera que es Dios; y Dios no crea el espíritu hasta que los padres no han predispuesto la materia y ésta es apta para recibir la forma.[10] Por lo tanto los padres son verdaderos padres porque se da verdadera generación.[11]

Puesto que la acción creadora debe incidir en una materia adecuada se puede decir que Dios no puede dotar de alma espiritual a un cuerpo animal, por muy evolucionado que éste sea.

Parece incuestionable decir en primer lugar que el ser humano, en cuanto a su alma, comienza a existir en unión con el nuevo organismo. Entonces el alma humana es la forma substancial de la materia primera del hombre y la materia primera no puede existir sin la forma, ni la forma sin la materia. En otras palabras, el principio dinámico y estructurador del cuerpo[12] no puede existir al margen de aquello que dinamiza y estructura. Por eso el alma existe desde el primer momento de la concepción humana, porque la célula germinal está dotada ya de una asombrosa estructura y por ello es ya un cuerpo orgánico y tal que por sí mismo se desarrollará en un ser con todas las facultades humanas.

Además se hace inexcusable la intervención de Dios como causa eficiente de la existencia del alma, substancial y única del hombre porque, de otra manera, es inexplicable su aparición. Esta acción de Dios no es sobrenatural, porque queda inscrita en el curso ordinario de la naturaleza humana. Es un modo normal del concurso de Dios con las criaturas racionales y libres. Sin embargo, la aparición del alma humana es un fenómeno cualitativamente distinto de todos los otros fenómenos en los que aparece algo nuevo en el proceso evolutivo, porque lo que ahora aparece es un ser espiritual, esencialmente distinto y superior a la materia e intrínsecamente independiente de ella.

3.- El derecho de la persona: La vida

Con la aplicación del concepto de persona a unos individuos, concedemos a éstos un estatus determinado, el estatus de la “inviolabilidad”.

Sin embargo, hay ocasiones en que las personas piensan, “de buena fe”,  que hay situaciones en las cuales la vida humana está tan deteriorada, que no puede decidirse que sea propiamente humana[13], es decir, propia de seres racionales y libres, como lo es un enfermo con una lesión cerebral irreversible, en estado de inconsciencia, conectado a un respirador, puede  mantenerse así por mucho tiempo, pero vive una vida puramente vegetativa (es como un vegetal), su vida no pude decirse que sea propiamente humana; un deficiente profundo incapaz de expresarse y aún de conocer, inmerso irreversiblemente en las tinieblas de su mente dañada, sólo con sarcasmo puede decirse que lleve una vida humana[14].

Para quienes razonan así, el mantener a estas personas con vida es, más que un acto de protección y respeto, una forma de tortura disfrazada de humanitarismo. Es necesario, pues –concluyen­­­­­­ -, plantearse seriamente la legalización de la eutanasia para estos casos extremos y definitivos, por doloroso que sea, porque una vida así no merece ser vivida.

Este argumento no es aceptable, porque el derecho a la vida deriva directamente de la dignidad de la persona, y todos los seres humanos, por enfermos que estén, ni dejan de ser humanos ni su vida deja de merecer el máximo respeto. Olvidar este principio por la visión dramática de minusvalías profundas conduce inexorablemente a hacer depender el derecho a la vida de la calidad de ésta, lo que abre la posibilidad de colocar la frontera del derecho a la vida con arreglo a “controles de calidad” cada vez más exigentes, según el grado de egoísmo o de comodidad que impere en la sociedad.

Este proceso se llevó al extremo con los programas eutanásicos a gran escala de la época nazi, que se iniciaron también con un caso límite de “muerte por compasión”[15]. Todo esto fue posible porque se aceptó la teoría de las “vidas humanas sin valor vital”, es decir, las vidas que, por su precariedad, no merecen ser vividas. Este argumento a favor de la eutanasia se sustenta también en otro error grave, que es el de concebir al cuerpo humano como un objeto, contrapuesto al propio hombre como sujeto; según eso, el hombre sería el sujeto, que “tiene” un cuerpo al que puede utilizar, manipular, incluso suprimir.

Este error profundo niega la realidad humana, al negar que el ser humano sea cuerpo y alma, cuerpo y mente, y que ambos elementos constituyan al ser humano de manera indisociable. La persona humana no es solo alma, al que convendrían las cualidades de la persona como sujeto[16], mientras que el cuerpo sería objeto, perteneciente al orden de las cosas, y por lo tanto carente de valor moral y de dignidad merecedora de respeto. Si se incurre en este error antropológico, es inevitable acabar defendiendo la eliminación de aquellos seres humanos a quienes la cárcel de sus cuerpos defectuosos impide el desarrollo pleno de su humanidad, pero la persona humana no es un sujeto pensante y libre que se haya instalado en un cuerpo; la persona humana es también cuerpo, y por eso el respeto a la dignidad de la persona es absolutamente incompatible con la falta de respeto radical al cuerpo, hasta el punto de suprimirlo por ser gravemente deficiente.

La expresión  “vida vegetativa”, evoca la noción de “vegetal”, con lo que se trivializa la muerte de un ser humano deficiente, al asimilarlo vagamente a una especie de planta. Por otra parte cuando se habla de una “vida verdaderamente humana”, se lo emplea de manera metafórica, en el sentido de que es una vida humana plenamente lograda, en contraste con una vida disminuida de hecho. Pero es evidente que la vida de un ser humano, por deteriorada que esté, no puede dejar de ser una vida humana. Y mediante esta metáfora se pretende justificar una consecuencia (la muerte física) que nada tiene de metafórica[17].



LUIS ALBERTO CHUMACERO ORRILLO


[1] “La ousía es lo común a los individuos de la misma  especie, que todos poseen igualmente, por lo cual se les designa con un único vocablo, que no expresa ninguno de los caracteres individuantes que la determinan… Si se unen estos caracteres individuantes a la ousía tendremos la hypóstasis. La hypóstasis es el individuo determinado, existente por sí, que comprende y posee la ousía, pero que se opone a ella como lo propio a lo común, lo particular a lo general”.
Cf. Blanca Castilla, “Noción de Persona en Xavier Zubiri” p. 30
[2] Subsistencia, consiste en la capacidad que tiene la substancia para existir en sí misma, se distingue así de otro tipo de ser que son los accidentes que necesitan de otro para existir.
[3] Tomás de Aquino, S.Th., I, q. 29, a. 3.
[4] Posee en sí mismo el ser.
[5] El ser que tiene cada uno no puede pasar a otro.
[6] Aristóteles lo llamó: substancia primera.
[7] Aquello por lo cual una cosa es lo que es.
[8] El obrar sigue al ser y el modo de obrar al modo de ser.
[9] Cf. Tomas de Aquino, S.Th. I, q. 3, a. 2.
[10]Cf. Ramón Lucas Lucas, “El hombre espíritu encarnado” p. 309
[11] La generación según el orden existente en la naturaleza exige, pues, la acción conjunta por parte de los padres y de Dios, siendo la acción de Dios inmediata por cuanto concierne a la creación del espíritu.
[12] Me refiero en esto al principio vital o alma.
[13] Me refiero a los enfermos o discapacitados  que tienen una vida casi vegetativa.
[14] Cf. Arnau Narciso Jubany, “Eutanasia, 100 cuestiones y respuestas”, p.64.
[15] Es el caso de un niño ciego y subnormal con sólo dos extremidades, internado a finales de 1938 en la clínica pediátrica de la Universidad de Leipzig; cuentan que la abuela de este niño solicitó a Hitler que le garantizase la “muerte por compasión”, cosa que ocurrió seguidamente. A partir de entonces, Hitler ordenó poner en marcha un programa que aplicase los mismos criterios de “misericordia” a casos similares.
[16] Libertad, responsabilidad, valor moral, etc.
[17] Cf. Arnau Narciso Jubany, op. cit. p. 67.

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