1. La persona humana desde la metafísica
El término latino persona, proviene del verbo personare,
que significa “resonar, hacer eco, sonar con fuerza”. La raíz de este
significado hay que buscarla en el término griego prosopon (aquello que
se pone delante de los ojos), que era la máscara utilizada por los actores en
el teatro para hacer más sonora la voz del actor ya que con ella la voz del
actor sobresalía. La máscara del teatro servía también para identificar a los
personajes en la acción teatral.
El concepto metafísico de persona, que comenzó
a utilizarse en las disputas teológicas trinitarias y cristológicas necesitó un
largo proceso de depuración hasta distinguir nítidamente entre naturaleza y
persona. Este esfuerzo fue llevado a cabo en gran parte por los Padres griegos,
que tras diversas oscilaciones entre los conceptos de ousía, hipóstasis y prosopon, llegaron a identificar hipóstasis y
persona como distintos de la ousía y de la substancia individual[1].
Boecio definirá más adelante a la persona como
“sustancia individual de naturaleza
racional”, Boecio ve en la persona un ser subsistente[2], y esto es en todo
individuo. Toda persona es un ser individual, irrepetible, única. Esta
definición será recogida más adelante por santo Tomás, “subsistente individual de naturaleza racional”[3]. Por consiguiente, persona,
cualquiera que sea su naturaleza,
significa lo que es distinto en aquella naturaleza.
Cuando se dice que la
persona es una substancia, lo que se quiere decir es que es un “substrato” de
los accidentes (peso, medida, color, etc.). La substancia existe en sí misma[4],
mientras que los accidentes sensibles existen en el sujeto subsistente; al ser
sustancia es incomunicable.[5] Esa
substancia es individual[6], de
esta manera se hace referencia a la sustancia con aquellas particularidades que
la distinguen de otros individuos de la misma especie. La persona posee una
naturaleza con lo que se significa a la esencia[7] en cuanto que es principio
de operaciones; ahora bien esa naturaleza posee racionalidad gracias a la cual
se abre cognoscitivamente al mundo que la rodea mediante ideas universales.
Las naturalezas
racionales pueden exigir una clase determinada de respeto. Sin embargo, el
sentido primero de la definición de Boecio es ontológico. La naturaleza
racional existe como identidad. Eso significa que el individuo que existe así,
no se puede describir adecuadamente con ninguna descripción posible. Con otras
palabras: su denominación no puede ser sustituida por ninguna descripción. La
persona es alguien, no algo, no un mero caso de una esencia indiferente frente
a él.
Sin embargo, ha habido algunas
interpretaciones erróneas, como la de los personalistas, que toman como punto
de referencia no la noción de persona entendida como subsistencia, sino como relación
subsistente (que es el modo de definir a las Personas divinas). Y al aplicar
esta definición al hombre, queda puesto de relieve que el hombre se constituye
como persona por relación con los demás hombres. Y en consecuencia, la
sociabilidad del hombre queda muy realzada, quedando postergada su
singularidad. Por eso, se llega a la tesis insostenible de que la sociedad es
anterior a la persona y la funda. Por el contrario, aunque sólo existiese un
hombre sería persona humana.
La denominación de “persona” apunta
prioritariamente a la grandeza o majestad de determinados seres. Semejante
nobleza hace referencia al ser; deben considerarse personas las realidades que
poseen un grado de ser superior, en segundo término, la condición personal
lleva aparejada una excelencia también en el obrar[8]. La índole personal exige
una actitud de respeto y de auténtico amor; de promoción de ese gran bien que
cualquier persona está llamada a alcanzar.
Por ello, no es verdad que uno tenga derecho a
hacer consigo o con su cuerpo lo que le dé la gana; se debe tener respeto o
incluso veneración al ser propio y ajeno, con todas sus dimensiones, incluidas
las corpóreas puesto que el cuerpo humano es también personal. Respeto y
reverencia también al obrar correspondiente a la condición de persona, en uno
mismo y en los demás.
En
cierto sentido “humano” es precisamente lo que los hombres hacen. Por tanto,
esas atrocidades, de las que ningún animal es capaz de hacer, son “humanas”. A
las formas de maldad especialmente perversas las llamamos precisamente
“inhumanas”. Lo “inhumano” es, evidentemente, algo que pertenece
específicamente, al hombre. Entonces, el que no quiere respetar a los hombres
como personas les niega el título de personas, o considera el concepto de
persona como superfluo e inadecuado para caracterizar algo.
2.
Persona humana: Constitución de cuerpo y alma
La persona humana es constitución de cuerpo y
alma, el hombre pertenece al género “cuerpo” y ocupa un espacio, tiene figura y
color, visible y tangible. El mundo que nos rodea se compone de cosas que son
cuerpos; y lo son porque chocan con lo que es más próximo al hombre (su
cuerpo). Ser cuerpo significa poseer unas notas espacio-temporales que permitan
el choque, el tacto y el contacto. El hombre pertenece al mundo visible, es
cuerpo entre cuerpos, pero no es un cuerpo como los demás cuerpos. El cuerpo,
mediante el cual el hombre participa del mundo creado visible, es un cuerpo
humano, que lo hace consiente de ser distinto de los otros cuerpos.
Cuando vemos el cuerpo de un hombre, no vemos
un cuerpo sino un hombre, porque el hombre no es sólo un cuerpo sino, tras el
cuerpo, un alma, una persona. El cuerpo no es algo que yo poseo, el cuerpo que
yo vivo en primera persona soy yo mismo.
La palabra “persona” no es una expresión
específica con la que califiquemos algo como constituido de una manera
determinada, y, de ese modo, lo identifiquemos. A la pregunta “¿Qué es esto?”,
no respondemos: es una persona, como diríamos “es un hombre” o “es una lámpara”.
Es preciso saber ya de ante mano si es un hombre o una lámpara para saber si es
una persona. El concepto de persona no sirve para identificar algo como algo,
sino que afirma algo sobre un ser determinado de una manera precisa.
El cuerpo humano va más allá de la simple
corporeidad animal porque, en cuanto humano, lleva en sí mismo la vitalidad
interior: el alma. La corporeidad nos presenta el cuerpo y el alma en una
unidad indisoluble. Esta unidad no consiste en que veamos juntos el cuerpo y el
alma, sino en que ambos forman una estructura peculiar que es el hombre.
Cuerpo es todo aquello compuesto de materia y
forma, el cuerpo humano, por ser cuerpo, está compuesto de materia y forma; sin
embargo, lo que hace específicamente humano a este cuerpo es la unión íntima
con su forma humana, es decir con el alma.
La expresión “cuerpo humano”, por tanto,
contiene ya la composición de materia y forma espiritual; no podemos hablar de
“cuerpo humano” considerándolo sólo como cuerpo, porque, en cuanto cuerpo humano,
se define siempre como informado por un alma.
Ni siquiera podemos hablar de cuerpo y alma en
una especie de oposición, como si fuesen dos sustancias específicamente
distintas; debemos hablar del único hombre que existe. Por tanto es incorrecto
decir que el cuerpo humano es para el alma, porque la expresión “cuerpo humano”
ya contiene el alma.[9]
Se puede afirmar que el hombre nace de la
actividad generadora biológica de los padres. En tanto que producido por ellos,
es un individuo de la especie humana, un ser que sólo difiere numéricamente de
sus semejantes. Pero el hombre es algo más que individuo de una especie. Es una
persona, esto quiere decir que es un ser inteligente, libre, uno y único,
irrepetible, fin en sí mismo, para su propia realización y para una realización
inmortal. Por eso, tiene en sí mismo un valor absoluto. El fundamento de esa
realidad es el alma espiritual, el núcleo más profundo de su ser, aquél por el
cual supera a toda realidad material. Cuando Dios crea el alma no está llenando
un vacío que hubiera dejado la
reproducción proveniente de los padres, sino que está actuando y elevando el
acto mismo de los padres. Los padres no causan el ser, pero preparan
dispositivamente la acción creadora de Dios. La acción de los padres, en
efecto, tiende a producir todo el efecto como causa segunda y en relación con
la causa primera que es Dios; y Dios no crea el espíritu hasta que los padres
no han predispuesto la materia y ésta es apta para recibir la forma.[10] Por
lo tanto los padres son verdaderos padres porque se da verdadera generación.[11]
Puesto que la acción creadora debe incidir en
una materia adecuada se puede decir que Dios no puede dotar de alma espiritual
a un cuerpo animal, por muy evolucionado que éste sea.
Parece incuestionable decir en primer lugar
que el ser humano, en cuanto a su alma, comienza a existir en unión con el
nuevo organismo. Entonces el alma humana es la forma substancial de la materia
primera del hombre y la materia primera no puede existir sin la forma, ni la
forma sin la materia. En otras palabras, el principio dinámico y estructurador
del cuerpo[12] no
puede existir al margen de aquello que dinamiza y estructura. Por eso el alma
existe desde el primer momento de la concepción humana, porque la célula
germinal está dotada ya de una asombrosa estructura y por ello es ya un cuerpo
orgánico y tal que por sí mismo se desarrollará en un ser con todas las
facultades humanas.
Además se hace inexcusable la intervención de
Dios como causa eficiente de la existencia del alma, substancial y única del
hombre porque, de otra manera, es inexplicable su aparición. Esta acción de
Dios no es sobrenatural, porque queda inscrita en el curso ordinario de la
naturaleza humana. Es un modo normal del concurso de Dios con las criaturas
racionales y libres. Sin embargo, la aparición del alma humana es un fenómeno
cualitativamente distinto de todos los otros fenómenos en los que aparece algo
nuevo en el proceso evolutivo, porque lo que ahora aparece es un ser
espiritual, esencialmente distinto y superior a la materia e intrínsecamente
independiente de ella.
3.- El derecho de la persona: La vida
Con la aplicación del concepto de persona a
unos individuos, concedemos a éstos un estatus determinado, el estatus de la
“inviolabilidad”.
Sin embargo, hay ocasiones en que las personas
piensan, “de buena fe”, que hay
situaciones en las cuales la vida humana está tan deteriorada, que no puede
decidirse que sea propiamente humana[13], es decir, propia de seres
racionales y libres, como lo es un enfermo con una lesión cerebral
irreversible, en estado de inconsciencia, conectado a un respirador, puede mantenerse así por mucho tiempo, pero vive una
vida puramente vegetativa (es como un vegetal), su vida no pude decirse que sea
propiamente humana; un deficiente profundo incapaz de expresarse y aún de
conocer, inmerso irreversiblemente en las tinieblas de su mente dañada, sólo
con sarcasmo puede decirse que lleve una vida humana[14].
Para quienes razonan así, el mantener a estas
personas con vida es, más que un acto de protección y respeto, una forma de
tortura disfrazada de humanitarismo. Es necesario, pues –concluyen -,
plantearse seriamente la legalización de la eutanasia para estos casos extremos
y definitivos, por doloroso que sea, porque una vida así no merece ser vivida.
Este argumento no es aceptable, porque el
derecho a la vida deriva directamente de la dignidad de la persona, y todos los
seres humanos, por enfermos que estén, ni dejan de ser humanos ni su vida deja
de merecer el máximo respeto. Olvidar este principio por la visión dramática de
minusvalías profundas conduce inexorablemente a hacer depender el derecho a la
vida de la calidad de ésta, lo que abre la posibilidad de colocar la frontera
del derecho a la vida con arreglo a “controles de calidad” cada vez más
exigentes, según el grado de egoísmo o de comodidad que impere en la sociedad.
Este proceso se llevó al extremo con los
programas eutanásicos a gran escala de la época nazi, que se iniciaron también
con un caso límite de “muerte por compasión”[15]. Todo esto fue posible
porque se aceptó la teoría de las “vidas humanas sin valor vital”, es decir,
las vidas que, por su precariedad, no merecen ser vividas. Este argumento a
favor de la eutanasia se sustenta también en otro error grave, que es el de
concebir al cuerpo humano como un objeto, contrapuesto al propio hombre como
sujeto; según eso, el hombre sería el sujeto, que “tiene” un cuerpo al que puede
utilizar, manipular, incluso suprimir.
Este error profundo niega la realidad humana,
al negar que el ser humano sea cuerpo y alma, cuerpo y mente, y que ambos
elementos constituyan al ser humano de manera indisociable. La persona humana
no es solo alma, al que convendrían las cualidades de la persona como sujeto[16],
mientras que el cuerpo sería objeto, perteneciente al orden de las cosas, y por
lo tanto carente de valor moral y de dignidad merecedora de respeto. Si se
incurre en este error antropológico, es inevitable acabar defendiendo la
eliminación de aquellos seres humanos a quienes la cárcel de sus cuerpos
defectuosos impide el desarrollo pleno de su humanidad, pero la persona humana
no es un sujeto pensante y libre que se haya instalado en un cuerpo; la persona
humana es también cuerpo, y por eso el respeto a la dignidad de la persona es
absolutamente incompatible con la falta de respeto radical al cuerpo, hasta el
punto de suprimirlo por ser gravemente deficiente.
La expresión
“vida vegetativa”, evoca la noción de “vegetal”, con lo que se
trivializa la muerte de un ser humano deficiente, al asimilarlo vagamente a una
especie de planta. Por otra parte cuando se habla de una “vida verdaderamente
humana”, se lo emplea de manera metafórica, en el sentido de que es una vida
humana plenamente lograda, en contraste con una vida disminuida de hecho. Pero
es evidente que la vida de un ser humano, por deteriorada que esté, no puede
dejar de ser una vida humana. Y mediante esta metáfora se pretende justificar una
consecuencia (la muerte física) que nada tiene de metafórica[17].
LUIS ALBERTO CHUMACERO ORRILLO
[1] “La ousía es lo común
a los individuos de la misma especie,
que todos poseen igualmente, por lo cual se les designa con un único vocablo,
que no expresa ninguno de los caracteres individuantes que la determinan… Si se
unen estos caracteres individuantes a la ousía tendremos la hypóstasis. La
hypóstasis es el individuo determinado, existente por sí, que comprende y posee
la ousía, pero que se opone a ella como lo propio a lo común, lo particular a
lo general”.
Cf. Blanca Castilla, “Noción de Persona en Xavier
Zubiri” p. 30
[2] Subsistencia, consiste
en la capacidad que tiene la substancia para existir en sí misma, se distingue
así de otro tipo de ser que son los accidentes que necesitan de otro para
existir.
[3] Tomás de Aquino,
S.Th., I, q. 29, a. 3.
[4] Posee en sí mismo el
ser.
[5] El ser que tiene cada
uno no puede pasar a otro.
[6] Aristóteles lo llamó:
substancia primera.
[7] Aquello por lo cual
una cosa es lo que es.
[8] El obrar sigue al ser
y el modo de obrar al modo de ser.
[9] Cf. Tomas de Aquino,
S.Th. I, q. 3, a. 2.
[10]Cf. Ramón Lucas Lucas,
“El hombre espíritu encarnado” p. 309
[11] La generación según el
orden existente en la naturaleza exige, pues, la acción conjunta por parte de
los padres y de Dios, siendo la acción de Dios inmediata por cuanto concierne a
la creación del espíritu.
[12] Me refiero en esto al
principio vital o alma.
[13] Me refiero a los
enfermos o discapacitados que tienen una
vida casi vegetativa.
[14] Cf. Arnau Narciso
Jubany, “Eutanasia, 100 cuestiones y respuestas”, p.64.
[15] Es el caso de un niño
ciego y subnormal con sólo dos extremidades, internado a finales de 1938 en la
clínica pediátrica de la Universidad de Leipzig; cuentan que la abuela de este
niño solicitó a Hitler que le garantizase la “muerte por compasión”, cosa que
ocurrió seguidamente. A partir de entonces, Hitler ordenó poner en marcha un
programa que aplicase los mismos criterios de “misericordia” a casos similares.
[16] Libertad,
responsabilidad, valor moral, etc.