viernes, 21 de junio de 2013

PADRE NUESTRO: LAS SIETE PETICIONES (II PARTE)


Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia Él, para su Gloria, pues lo propio del amor es pensar primero en Aquel que amamos. Estas tres suplicas son básicamente lo que, en particular,  debemos pedirle. Las cuatro últimas, como caminos hacia Él, presentan al Padre de misericordia nuestras miserias y nuestras esperanzas.[1]


1.      Santificado sea tu nombre


Santificar el Nombre de Dios es, ante todo, una alabanza que reconoce a Dios como Santo. En efecto, Dios ha revelado su santo Nombre a Moisés, y ha querido que su pueblo le fuese consagrado como una nación santa en la que Él habita.

Santificar el nombre de Dios, que “nos llama a la santidad” (1Tes. 4, 7), es desear que la consagración bautismal vivifique toda nuestra vida. Asimismo, es pedir que, con nuestra vida y nuestra oración, el Nombre de Dios sea conocido y bendecido por todos los hombres.[2]

2.      Venga a nosotros tu reino


Con esta petición reconocemos en primer lugar la primacía de Dios: donde Él no está, nada puede ser bueno. Donde no se ve a Dios, el hombre decae y decae también el mundo. En este sentido, el Señor nos dice:

“Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”[3]

Con estas palabras se establece un orden de prioridades para el obrar humano, para nuestra actitud en la vida diaria.

En modo alguno se nos promete un mundo utópico en el caso de que seamos devotos y de algún modo deseosos del Reino de Dios. Jesús establece una prioridad determinante para todo: “Reino de Dios” quiere decir “soberanía de Dios”, y eso significa asumir su voluntad como criterio. Esa voluntad crea justicia, lo que implica que reconocemos a Dios su derecho y en él encontramos el criterio para medir el derecho entre los hombres. Buscar por tanto edificar este reino en cada cosa que nosotros realicemos, pedir que no hacer nuestro capricho sino hacer lo que Dios desea.

Es por eso que decimos “venga tu reino” (¡no el nuestro!), el Señor nos quiere llevar precisamente a este modo de orar y de establecer las prioridades de nuestro obrar. Lo primero y esencial es un corazón dócil, para que sea Dios quien reine y no nosotros. El Reino de Dios llega a través del corazón que escucha. Ese es su camino. Y por eso nosotros hemos de rezar siempre.[4]

 Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo


La voluntad del Padre es que “todos se salven” (1Tim. 2, 4). Y justamente para esto ha venido Jesús, para cumplir perfectamente la Voluntad salvífica del Padre. Nosotros pedimos a Dios Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo, para que no seamos egoístas y hagamos nuestros caprichos, para que dejemos de lado nuestro orgullo y seamos más humildes; pidamos queridos hermanos hacer la voluntad de Dios.

Pero, ¿cómo sabemos cuándo hacemos la voluntad de Dios?

“Como nuestro ser proviene de Dios, podemos ponernos en camino hacia la voluntad de Dios a pesar de todas las inmundicias que nos lo impiden. Viviendo de la palabra de Dios y, así, de la voluntad de Dios, entrando progresivamente en sintonía con esta voluntad.”[5]

Podemos “distinguir cuál es la voluntad de Dios” (Rom. 12, 2), mediante la dirección espiritual, mediante los consejos de un sacerdote, sobre todo por la oración y así también mediante esta oración podremos obtener constancia para cumplirla. Ya que fácil es decir Señor deseo hacer tu voluntad, pero no pongo los medios para llevarla a cabo.

4.   Danos hoy nuestro pan de cada día

Al pedir a Dios, con el confiado abandono de los hijos, el alimento cotidiano necesario a cada cual para su subsistencia, reconocemos hasta qué punto Dios Padre es bueno. Le pedimos también la gracia de saber obrar, de modo que la justicia y la solidaridad permitan que la abundancia de los unos cubra las necesidades de los otros. Es decir nos invita a no ser egoístas con nuestros bienes, a saber compartir con el hermano que menos tiene. Sin embargo, “no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4); esta petición se refiere también al hambre de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, recibido en la Eucaristía; Eucaristía que anticipa el banquete del Reino venidero, el reino celestial.[6]

“Hoy existen dos interpretaciones principales. Una sostiene que la palabra significa “[el pan] necesario para la existencia”, con lo que la petición diría: Danos hoy el pan que necesitamos para poder vivir. La otra interpretación defiende que la traducción correcta sería “[el pan] futuro”, el del día siguiente. Pero la petición de recibir hoy el pan para mañana no parece tener mucho sentido, dado el modo de vivir de los discípulos. La referencia al futuro sería más comprensible si se pidiera el pan realmente futuro: el verdadero maná de Dios. Entonces sería una petición escatológica, la petición de una anticipación del mundo que va a venir, es decir, que el Señor nos dé “hoy” el pan futuro, el pan del mundo nuevo, El mismo. Entonces la petición tendría un sentido escatológico. Algunas traducciones antiguas apuntan en esta dirección, como la Vulgata de san Jerónimo, por ejemplo, que traduce la misteriosa palabra con supersubstantialis, interpretándola en el sentido de la “sustancia” nueva, superior, que el Señor nos da en el santísimo Sacramento como verdadero pan de nuestra vida.

De hecho, los Padres de la Iglesia han interpretado casi unánimemente la cuarta petición del Padrenuestro como la petición de la Eucaristía; en este sentido, la oración del Señor aparece en la liturgia de la santa Misa como si fuera en cierto modo la bendición de la mesa eucarística. El milagro del maná, a la luz del gran sermón de Jesús sobre el pan, remitía a los cristianos casi automáticamente más allá, al nuevo mundo en el que el Logos —la palabra eterna de Dios— será nuestro pan, el alimento del banquete de bodas eterno.”[7]

5.      Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

La quinta petición del Padrenuestro presupone un mundo en el que existen ofensas: ofensas entre los hombres, ofensas a Dios. Toda ofensa entre los hombres encierra de algún modo una vulneración de la verdad y del amor y así se opone a Dios, que es la Verdad y el Amor. La ofensa provoca represalia; se forma así una cadena de agravios en la que el mal de la culpa crece de continuo y se hace cada vez más difícil superar. Con esta petición el Señor nos dice: la ofensa sólo se puede superar mediante el perdón, no a través de la venganza.

Dios es un Dios que perdona porque ama a sus criaturas; pero el perdón sólo puede penetrar, sólo puede ser efectivo, en quien a su vez perdona.

La petición del perdón supone algo más que una exhortación moral, representa un desafío nuevo cada día. Nos recuerda a Aquel que por el perdón ha pagado el precio de descender a las miserias de la existencia humana y a la muerte en la cruz, nos recuerda a Cristo que murió por salvarnos del pecado, por reconciliarnos con Dios Padre. Por eso nos invita ante todo al agradecimiento, y después también a enmendar con Él el mal mediante el amor, a consumirlo sufriendo. Y al reconocer cada día que para ello no bastan nuestras fuerzas, que frecuentemente volvemos a ser culpables, entonces esta petición nos brinda el gran consuelo de que nuestra oración es asumida en la fuerza de su amor y, con él, por él y en él, puede convertirse a pesar de todo en fuerza de salvación.[8]

6.      No nos dejes caer en la tentación

Pedimos a Dios Padre que no nos deje solos y a merced de la tentación. Pedimos al Espíritu saber discernir, por una parte, entre la prueba, que nos hace crecer en el bien, y la tentación, que conduce al pecado y a la muerte.

“Satanás quiere demostrar su tesis con el justo Job: si le despoja de todo, acabará renunciando muy pronto también a su religiosidad. Así, Dios le da a Satanás la libertad de someterlo a la prueba, aunque dentro de límites bien definidos: Dios deja que el hombre sea probado, pero no que caiga.”[9]

“En esta sexta petición del Padrenuestro decimos a Dios: “Sé que necesito pruebas para que mi ser se purifique. Si dispones esas pruebas sobre mí, si —como en el caso de Job— das una cierta libertad al Maligno, entonces piensa, por favor, en lo limitado de mis fuerzas. No me creas demasiado capaz. Establece unos límites que no sean excesivos, dentro de los cuales puedo ser tentado, y mantente cerca con tu mano protectora cuando la prueba sea desmedidamente ardua para mí”. Le pedimos que por favor no le deje al mal actuar sobre nosotros, ya que sólo Él puede permitírselo. ”[10]

7.      Y líbranos del mal

El mal designa la persona de Satanás, que se opone a Dios y que es “el seductor del mundo entero” (Ap. 12, 9). La victoria sobre el diablo ya fue alcanzada por Cristo; pero nosotros oramos a fin de que la familia humana sea liberada de Satanás y de sus obras. Pedimos también el don de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo, que nos librará definitivamente del maligno. Pidamos que seamos liberados de los pecados, que reconozcamos “el Mal” como la verdadera adversidad y que nunca se nos impida mirar al Dios vivo.

Amén

“Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa: “Así sea”, lo que contiene la oración que Dios nos enseñó”.[11] Con este Amén estamos diciendo a Dios Padre que aceptamos y creemos todo lo dicho anteriormente y que de corazón esperamos que se cumpla.




LUIS ALBERTO CHUMACERO ORRILLO



[1] Cf. Compendio C.E.C.
[2] Cf. Compendio C.E.C.
[3] Mt 6, 33
[4] Cf. JOSEPH RATZINGER, “Jesús de Nazaret”, p. 180 – 182.
[5] JOSEPH RATZINGER, “Jesús de Nazaret”, p. 183.
[6] Cf. Compendio C.E.C.
[7] JOSEPH RATZINGER, “Jesús de Nazaret”, p. 189 - 190
[8] Cf. JOSEPH RATZINGER, “Jesús de Nazaret”, p. 193 – 196.
[9] JOSEPH RATZINGER, “Jesús de Nazaret”, p. 199
[10] Cf. JOSEPH RATZINGER, “Jesús de Nazaret”, p. 200
[11] San Cirilo de Jerusalén

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