Es un blog de Luis Alberto Chumacero Orrillo, egresado en la carrera de Enfermería, estudiante de Teología en la "Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima". Esta web está diseñada para todos aquellos que desean conocer cuestiones de Teología, liturgia, catequesis y temas de actualidad, abiertos al pensamiento moderno que no excluye ninguna confesión religiosa.
viernes, 6 de septiembre de 2013
NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Todas las
fiestas de Nuestra Señora la Virgen María son grandes, porque constituyen
ocasiones que la Iglesia nos brinda para demostrar con hechos nuestro amor a
Santa María, y es por eso que justamente el día 8 de setiembre se celebra la
fiesta de la “Natividad de la Virgen María”, de Ella salió el Sol de
justicia, Cristo, nuestro Dios.
Es por
ello que el día de hoy hablaremos de la Virgen María.
Los Evangelistas no nos dan datos
del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones, considerando a María descendiente
de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia,
señala Nazareth como cuna de María.
La niña María tuvo como padres a san Joaquín
(Yahvé prepara) y santa Ana (del hebreo Hannah, gracia) es el nombre
que la tradición ha señalado para el padre y la madre de la Virgen María, madre
de Dios. Ciertamente, esta tradición parece tener su fundamento último en el
llamado Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de la Natividad de Santa
María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la Virgen y de la
infancia del Salvador. Lógicamente estas son tradiciones que se han venido
pasando de manera oral.
No debería olvidarse, sin embargo, que el
carácter apócrifo de tales escritos, es decir, su exclusión del canon y su
falta de autenticidad no conlleva el prescindir totalmente de sus
aportaciones.
El Protoevangelio aporta la siguiente
relación:
“En
Nazaret vivía una pareja rica y piadosa, Joaquín y Ana. No tenían hijos. Cuando
con ocasión de cierto día festivo Joaquín se presentó a ofrecer un
sacrificio en el templo, fue arrojado de él por un tal Rubén, porque los
varones sin descendencia eran indignos de ser admitidos.
Joaquín
entonces, transido de dolor, no regresó a su casa, sino que se dirigió a las
montañas para manifestar su sentimiento a Dios en soledad. También Ana, puesta
ya al tanto de la prolongada ausencia de su marido, dirigió lastimeras súplicas
a Dios para que le levantara la maldición de la esterilidad, prometiendo dedicar
el hijo a su servicio.
Sus
plegarias fueron oídas; un ángel se presentó ante Ana y le dijo: "Ana, el
Señor ha visto tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el fruto de tu seno
será bendecido por todo el mundo". El ángel hizo la misma promesa a Joaquín,
que volvió al lado de su esposa. Ana dio a luz una hija, a la que llamó Miriam”.
Todos los padres piensan cuando nace un hijo
que es incomparable. También debieron de pensarlo San Joaquín y Santa Ana
cuando nació María, y ciertamente no se equivocaban. Todas las generaciones la
llaman bienaventurada... No podían sospechar aquel día, Joaquín y Ana, lo que
había de ser aquel fruto de su limpio amor. Nunca se sabe. ¿Quién puede decir
lo que será una criatura recién nacida? Nunca se sabe. Cada una es un misterio
de Dios que viene al mundo con un específico quehacer del Creador.
En
este sentido la Virgen María había sido escogida para ser la madre de Dios; El evangelista San Lucas revela el nombre de la doncella
que va a ser la Madre de Dios: "Y su nombre era María". El nombre de
María, traducido del hebreo "Miriam", significa Doncella, Señora,
Princesa.
También es importante destacar que en 1683, el Papa Inocencio XI
declaró oficial una fiesta que se realizaba en el centro de España durante
muchos años y que es la del "Dulce nombre de María".
La fiesta de la natividad de la Virgen María nos debe llevar a mirar con hondo respeto la concepción y el nacimiento de todo ser humano, a quien Dios le ha dado el cuerpo a través de los padres y le ha infundido un alma inmortal e irrepetible, creada directamente por Él en el momento de la concepción. «La gran alegría que como fieles experimentamos por el nacimiento de la Madre de Dios (...) comporta a la vez, para todos nosotros, una gran exigencia: debemos sentirnos felices por principio cuando en el seno de una madre se forma un niño y cuando ve la luz del mundo. Incluso cuando el recién nacido exige dificultades, renuncias, limitaciones, deberá ser siempre acogido y sentirse protegido por el amor de sus padres» Todo ser humano concebido está llamado a ser hijo de Dios, a darle gloria y a un destino eterno y feliz.
Dios Padre, al contemplar a María
recién nacida, se alegró con una alegría infinita al ver a una criatura humana
sin el pecado de origen, llena de gracia, purísima, destinada a ser la Madre de
su Hijo para siempre. Aunque Dios concedió a Joaquín y a Ana una alegría muy
particular, como participación de la gracia derramada sobre su Hija.
Ningún acontecimiento acompañó el
nacimiento de María, y nada nos dicen de él los Evangelios. Con frecuencia, lo
importante para Dios pasa oculto a los ojos de los hombres que buscan algo
extraordinario para sobrellevar su existencia. Como hoy en día, vemos una
sociedad distraída de Dios, que vive con sus propias reglas y que incluso
quiere atentar contra la vida de tantos inocentes, sin embargo a pesar de todas
nuestras debilidades Dios y nuestra Madre siempre están con nosotros esperando
que nos acordemos de Ellos. Ese día sólo en el Cielo hubo fiesta, y fiesta
grande.
Poseía Nuestra Señora una viva imaginación que le hizo
tener una vida llena de iniciativas y de sencillo ingenio en el modo de servir
a los demás, de hacerles más llevadera la existencia, a veces penosa por la
enfermedad o por la desgracia... Dios la contemplaba lleno de amor en los
menudos quehaceres de cada día y se gozaba con un inmenso gozo en estas tareas
sin apenas relieve.
Al contemplar su vida normal, nos
enseña a nosotros a obrar de tal modo que sepamos hacer lo de todos los días de
cara a Dios: a servir a los demás sin ruido, sin hacer valer constantemente los
propios derechos o los privilegios que nosotros mismos nos hemos otorgado, a
terminar bien el trabajo que tenemos entre manos... Si imitamos a Nuestra
Madre, aprenderemos a valorar lo pequeño de los días iguales, a darle sentido
sobrenatural a nuestros actos, que quizá nadie ve: limpiar unos muebles,
corregir unos datos en el ordenador, arreglar la cama de un enfermo, buscar las
referencias precisas para explicar la lección que estamos preparando... Estas
pequeñas cosas, hechas con amor, atraen la misericordia divina y aumentan de
continuo la gracia santificante en el alma. María es el ejemplo acabado de esta
entrega diaria, que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda al Señor.
CHUMACERO ORRILLO, Luis Alberto
Suscribirse a:
Entradas (Atom)